lunes, 6 de enero de 2014

El Año del Wasapo


En realidad me hice del Whatsapp en diciembre de 2012, pero los efectos del trasvase del chat y los msn de siempre al engendro del telefonito verde se han producido este año pasado. Todos conocemos los efectos perversos de esa máquina de revelar la fragilidad intrínseca de la institución de la pareja a través de dobles check y datos sobre la última hora de conexión. Para los que aún tienen teléfonos de otra era, o sea, los mismos que todavía seguían sin móvil hace diez años, se puede encontrar un detallado reportaje aquí. Pero se  podría resumir en un twit: "1. Naces. 2. Creces. 3. Le mandas un whatsapp 4. Te aparece el doble check. 5. No te responde. 6. No te responde. 7. Mueres..." Ya sé que el doble check solo quiere decir que ha llegado el wasapo y que las notificaciones no demuestran nada, este último post del año no va de eso, sino del método para superar la Whatsapp-paranoia.

Esa nueva tecnología…

Esta generación mía ha visto muchos y variados trasvases tecnológicos. La globalización de los mercados no ha enseñado a todos en que consiste el concepto budista de “no permanencia” por la vía dura. Si no que se lo digan a cualquiera nacido en los años 40 o 50 del siglo pasado. El mundo de la Guerra Fría consistía en tecnologías épicas y misteriosas pagadas por el Estado o propiedad de villanos de James Bond, como eran las de la carrera espacial o la era atómica. El gran público solo tenía acceso a lo que podía encontrar en un hospital, los coches, la tele y el teléfono. Por lo demás vivía como en la época del telégrafo y la reina Victoria. La alta tecnología era algo propio del futuro. Por eso era normal que tanta gente creyera en los OVNI’s o la magia del cine...

Primero fueron los Spectrun y las consolas, un verano los niños jugaban con el tamagochi, y al siguiente todos tenían su pokemon. Del teléfono normal se pasó al móvil, al Internet, la banda ancha, Napster, Google, Youtube, Facebook & Twitter, Whatsapp… Y  por supuesto cada nueva tecnología iba a corromper a la juventud y traer la decadencia moral final. Conocemos al proceso bastante bien: aparece un trastito nuevo, y como en España somos tan modernos todo el mundo se lo compra en masa de un año para otro. Tratándose de tecnologías de comunicación tiene su lógica, vivimos en un país en el que se sale mucho de noche y de día, y resultan útiles para estar bien comunicados y controlados... Pero cada trasvase produce cambios sociales, da pie a nuevos negocios y arruina otros. Los que miran la ola desde la playa solo ven a alguien enfrascado en una pantalla. Toda esa historia de que la tecnología aísla y que la sociedad se va a hundir en un marasmo de incomunicación viene de algo tan simple, y si además quien mira tiene intereses en negocios que esa nueva tecnología perjudica el apocalipsis ya esta servido. Es por eso que teles propiedad de grandes grupos editoriales sacan tantos reportajes sobre los peligros de Internet. En ese caldo de cultivo se escriben millones de páginas, donde miles de expertos, sociólogos, psicólogos, sexólogos, curas, feministas, abogados, jueces, policías, defensores de la infancia amenazada y guardianes del futuro, dan su sesuda opinión. En esas aparece otra tecnología que acapara la atención mediática, se llega a una especie de consenso silencioso, todo se olvida tan rápido como empezó y el proceso vuelve a comenzar. Entonces es cuando los políticos se enteran que aquella tecnología existía y deciden “poner orden” con alguna ley para beneficiar a sus “amigos del alma” El Whatsapp sigue la rutina habitual, perfeccionada en cada iteración. Estamos en los últimos coletazos de la segunda fase. A lo tonto a lo tonto el icono verde ya lleva algunos años entre nosotros, y al final la crisis apocalíptica no la ha traído ninguna tecnología nueva sino cosas tan viejas como la codicia y la estupidez.

El efecto Whatsapp

El Whatsapp no va a traer el apocalipsis, sin embargo tiene su lado oscuro. Como el resto de tecnologías de comunicación, paradójicamente, entorpece la comunicación y disminuye su calidad. Ya quedan lejos los tiempos en que quedar era quedar y existía una mejor hora para llamar en que te iban a contestar porque estaban en casa ―ambas cosas cayeron victimas de móvil y chat―. Hoy siguen el mismo camino esos momentos en que te sentabas a chatear a solas en tu cuarto o te parabas un momento para escribir o contestar un mensaje. Lo que hace perverso el Whatsapp no es el doblé check o las notificaciones, sino que es una especie de quimera contra natura que mezcla el chat sincrónico, los mensajes asincrónicos y un aparato que llevas siempre encima. Como resultado de tal combinación ideada por satán la gente supone que puedes ponerte a chatear en cualquier momento, estés donde estés, y con la misma facilidad que antes contestabas un mensaje de texto. ¡Como si fuera tan fácil ponerse a chatear en mitad de la calle en invierno con las manos entumecidas y guantes de motero! Así sale lo que sale: "Peliz nazidad y portero ano nuevo!" 

Dado que el Whatsapp tiene todas las virguerías del chat, ―caritas, grupos, privados y demás―, se espera la misma velocidad en la respuesta y que sea en "tiempo real". No se piensa que la persona “No habrá visto el mensaje, ya contestara cuando pueda” (conversación asincrónica, como la de los correos y msn) sino “¿Por qué no contesta si está conectada?” (Conversación sincrónica, como la del teléfono, el chat o el mundo físico) El efecto más insidioso no son esas bobas peleas de pareja que todos conocemos, el verdadero efecto es más sutil y viene de la gestión que hacemos de esa situación. El resultado es que se aprende a ignorar el Whatsapp: silenciar los grupos, pasar de la doble señal, de las notificaciones, de los mensajes entrantes, todo antes de que te explote la cabeza y arruines lo que queda de tu antigua vida social. Al final contestas menos mensajes que antes y les prestas menos atención. Ya no hay llamadas, ni sesiones de chat, ni conversaciones, ni saludos, ni despedidas. El campaneo insistente te puede alcanzar durmiendo, sentado en el baño, en medio de la comida, yéndote corriendo al médico, o tratarse de tu  ex queriendo tener una conversación seria sobre los viejos tiempos cuando estas en pleno… Estar siempre disponible hace que no estés disponible nunca. Siempre te van a pillar haciendo otra cosa.

Es una aplicación más de la ley de la oferta y la demanda. Si la oferta supera enormemente la demanda ―no necesitamos conexión constante, leñe, hay que tener tiempo para dormir o mirar las estrellas―, la oferta acaba perdiendo su valor anterior. Te acuerdas mucho más de un momento “conversación” que de cualquier instante en el continuo murmullo de fondo del Whatsapp, que es como una televisión siempre encendida que te acompaña pero a la que ya no haces caso. Solo que en lugar de ser noticias manipuladas o la teletienda, son tus supuestos amigos a los que ignoras.
 
Generaciones

Ese efecto ya existía con chats y msn “¿Por qué no me contesta si está conectada?“ Porque no eres el centro de su  universo, abobado. Poder conocer cuando la otra persona está conectada y activa era una mejora con respecto a tener que estar adivinando cuando es el mejor momento para que no te gruñan, te planten a media conversación o te contesten con helados monosílabos cargados de razón: “como te atreves a importunar mi siesta, batracio”

Se pueden distinguir los miembros de cada generación contemporánea por sus modos de comunicarse en la red, pues los puntos de giro entre ellas no han venido marcados por estilos musicales o discursos políticos, sino por los cachivaches en uso en la época en que estaban en el instituto.

Los de la generación X, nacidos entre final de los 60 y 70 aun crecieron en un mundo sin móviles, pasando su etapa de secundaria a caballo entre los 80 y 90. Muchos se pervirtieron con la llegada de los móviles, pero los tardones, de espíritu ludita o aislados en su burbuja de trabajo/niños, aún conservan los modos de otra época. Se nota en que chatean contigo como si todavía estuvieran hablando por teléfono fijo, comienzan y terminan sus conversaciones con saludos o despedidas, y sus mail están escritos como si se hubieran sentado a la mesa con papel y boli, no como una respuesta en mitad de una conversación de chat.


Los de la generación del milenio son los que tenían alrededor de 20 años en el año 2000. La mayoría nacidos en los 80, ya crecieron con móviles en el instituto y aprendieron a socializar con ellos en la mano. Dicen que fue la LOGSE, pero no, fueron los móviles y el RC-chat. Se distinguen en que cuando quedas con uno quedas con todos sus amigos y familia. Pueden ignorar tranquilamente tus llamadas y mensajes, pues en su mentalidad saben que podrán contestar al rato desde otro sitio, o sea, cuando se les olvide y tengan cosas que hacer.  Sin embargo cuando quedan contigo contestan tranquilamente a todo el mundo que los llama, momento en el que te dedicas a mirar el paisaje escuchando toda su conversación al tiempo que fuerzas una expresión indiferente. Lo peor es cuando detectas esas frases bonitas y cariñosas que creías especiales para ti siendo usadas para hablar con esa otra persona “pesada” a la que acaban de colgar. Las horas de quedar se relajan, la puntualidad es cosa del sistema laboral opresor, pueden llegar tarde porque llaman de camino, y llaman quedar a hablar por chat… No, eso no es quedar. Es como comparar ir de putas con follar con el amor de tu vida. Falta algo. Su rasgo distintivo es la informalidad y la falta de palabra si no es por obligación, pues para ellos es normal cambiar de planes a medio camino y dejarse llevar por la corriente.
    
Pero esos ya empiezan a ser viejunos. La nueva generación son esos antiguos emos que han pasado su etapa del instituto en la época de las redes sociales y los teléfonos listos, y cuyos ejemplares más talluditos ahora nos regalan canciones moñas sobre la crisis. Estos son los del Whatsapp y aún no está muy claro que los distingue. Pero recordando experiencias anteriores puede ser bastante terrorífico, en la escala Orwell. Gente que ha aprendido que la vida privada ya no es privada, cuyo lema es “qué más da colgar tu foto en FB si no has hecho nada malo”, que ha sufrido en el instituto el ciber-acoso que se achaca al anonimato y al terminarlo la crisis que se achaca a la codicia, la corrupción y la falta de valores morales. Sobrevivirán gracias al apoyo de la familia y la comunidad, para ellos las libertades individuales serán secundarias, pues pondrán por encima de todo el deber moral cívico para evitar  caer en la corrupción, y sus valores serán la austeridad y el esfuerzo. Ya hubo una época así, la victoriana, que puso orden a los desmanes de la época de las revoluciones y la primera gran crisis del capitalismo. Con el añadido que estos conocerán todos los trucos de la red pues son nativos de ella, y cuando lleguen al poder habrá cámaras y chips por todas partes. “¿Por qué no quieres que anti-vicio controle lo que estás haciendo en tu dormitorio? Si no tienes nada que ocultar ¿Es que quieres volver a los locos años 10?” Ahora mirad a una de esas chicas modernas vestidas como sus abuelas, con sus corsés, moñitos y gafas vintage, ponedle 30 años encima y os saldrá la institutriz de Heidi. ¿Y qué tal uno de esos jovenzuelos de mostacho y patillas? Sí: “La Vuelta al mundo de Willy Fogg” El futuro.



Conflicto generacional X vs. Neo-Vickys: "Mal, mal, mal"


Superando el mal de Whatsapp

Bueno, creo recordar que esto iba de como superar la maldición del icono verde y alcanzar el efecto Whatsapp. Pues bien, a principios de año todavía estaba agilipollado por culpa de un caso grave de mal de amores, y todavía no recuperado del todo de las calabazas llegó el Whatsapp a mi vida…

Durante el año anterior había estado escribiendo algo a dos manos con esa persona y ya había comprobado las ventajas de saber que tu mensaje ha llegado a su destinatario gracias al chat de Facebook. Quien ha vivido el primitivo Internet por modem siempre guarda esa duda, “habrá llegado bien, sí, no” Saberlo hace que te puedas relajar y seguir con tus cosas, “le ha llegado, ya contestara” No estas pendiente del acuso de recibo (porque si la persona es de la generación del milenio o le has enviado tu currículum no te lo va a mandar) Ese es el lado luminoso del tema, pero paradójicamente algo creado para evitar preocuparse en otro contexto hace que te preocupes, te agobies, te obsesiones... Ya sabemos cómo funciona la combinación entre amoríos y whatsapp, no me extenderé en el tema. Al poco de comprarme mi primer móvil listo por navidad ya estaba infectado por el virus. Solo que lo sufría en silencio y con flotador. Poco después de hacerlo yo ella también se había comprado su propio móvil listo y estaba contagiada, aunque en su caso afecto al lóbulo de la amistad. Lo supe porque de pronto nuestras conversaciones por FB e intercambios de msn terminaron casi por completo. Así conocí el efecto Whatsapp.


Por suerte para todos eso del amor es una llama que si no la cuidas pronto pierde gas. Algo más de un año después de las calabazas conocí a otra chica, a diferencia de la primera esta era antisocial, o sea, vivía en un mundo prácticamente ajeno a los efectos de ese instrumento diabólico. Aparte su teléfono listo era un clon chino, como atestiguaba el hecho que de vez en cuando todos los textos del Android aparecían en caracteres chinos, y los wasapos me llegaban cuando el comité central quería. Tampoco informaba correctamente del tiempo de conexión. En resumen: nada garantizaba que me fuera a contestar ni podía saber si había llegado mi mensaje aunque la maquinita dijera que sí. De hecho pocas veces contestó al punto, sus mensajes llegaban al día siguiente o cuando podía ponerse a escribir. A la antigua usanza. Pero vivíamos en 2013, separados cien kilómetros uno del otro, y las dificultades de comunicación se suplían por otros medios. “Siempre nos quedara el Skype”… Ella era la que llamaba a nuestros whatsapps, wasapos, descubriéndome el término, y mas cuando por circunstancias empezamos a comunicarnos solo a través de ellos... Con mi mala suerte en amoríos la cosa no tardó en quedar en “stand by”, pero después de meses enviándole mensajes sin esperar respuesta de pronto me encuentro con que el virus del Whatsapp ha remitido.

Ya no tengo ese interés insano en comprobar si esta conectada, ni en mirar si le ha llegado mí mensaje, ni en esperar respuesta. Me pasa con ella y con el resto de mis escasos contactos, incluida su antecesora en el cargo. Es cuando te das cuenta que nunca has querido saber ninguna de esas cosas y para tu tranquilidad como hombre moderno, descubres que no las necesitas. He aprendido a ignorar el icono verde, de hecho ahora mismo tengo el móvil silenciado y con la tapa puesta. Solo miro si me ha llegado algo cuando decido hacerlo. He devuelto ese instrumento de satán al estado de simple teléfono… Bueno, casi, porque juego al Candy Crush y hago solitarios a la hora en que solíamos chatear por Skype, el demonio no se rinde fácilmente. Así ha terminado el año del Wasapo. Se puede ignorar y apagar, lo cual es un buen augurio para ese futuro Orwelliano que nos aguarda. Es el lado positivo del efecto Whatsapp: siempre habrá resistentes.

Para terminar aquí está la…


RECETA PARA SUPERAR EL MAL DE WHATSAPP

INGREDIENTES

Un móvil listo.
Un móvil listo chino roto.
Cuenta en Whatsapp.
Una pareja potencial que ignora tus mensajes por razones ajenas a su voluntad.


PREPARACIÓN

Conectar tu móvil listo.
Comprobar que su batería de duración absurda no se ha gastado ya.
Comprobar in situ que el móvil chino está bien roto y hace cosas raras.
Mezclar el móvil chino con tu pareja potencial.
Asegurarte de que si no contesta no es por ti.
Alejarte de tu potencial pareja cien kilómetros.
Poner a fuego lento.
Añadir mensajes cada semana o dos, siempre sin esperar respuesta.
Ir bajando el fuego lentamente.
Esperar seis meses.
Servir frio.


Curado. Mano de santo.

El ingrediente más difícil de conseguir es la potencial pareja, pero os puedo asegurar que funciona…

Emoticonos de violines y caritas tristes.